Cómeme la magdalena, cerdo

Ese día todo empezó de la manera más anodina: un buffet un poco sucio donde lo más buscado (el melón) se había acabado casi antes de empezar; donde las uvas estaban pringosas y sabían a queso porque las habían dejado encima de una fuente de quesos franceses; la música casi ausente, gente sentada en el suelo sin la más mínima intención fiestera en la cara. Birra gratis, eso sí. En fin, que un party de lo más tranquilo.

Luego Gasch se emperró en preguntarles a todos, con cara de susto cósmico, que por qué puta razón la gente no estaba teniendo miedo. Miedo a qué, preguntaron algunos, Y Gasch, en ese momento poseedor de la gran manija que entiende y guía el Universo, les perdonó porque no sabían lo que decían (aunque el sentimiento era recíproco). (Ya tendrán miedo, tuvo que decirse, ya lo tendrán). Cuando Gasch se lo preguntó a Antonio, eso es, cuando le preguntó a Antonio que por qué no tenía miedo, Antonio se rió y dijo que qué guapa. Pero cuando Gasch le ordenó a Prada (éste sentado, haciendo un trabajo fino con papel de arroz) que no se fuera y que se quedara allí, porque dónde iba a ir él con ese miedo y sin Prada, y Prada se rió (y Antonio dijo que qué guapa), entonces Gasch sintió que no era nada más que una sombra coloreada de sí mismo, pero una sombra de colores, un poco a lo Andy Warhol, y entendió que era hora de ir a mirar el techo de la habitación.

  • Fue entonces cuando se juntaron caras de preocupación, que qué le pasaba a Gasch, que adónde se había ido, que qué se había tomado, si magdalena, seta, baobab o un lagarto entero… Fue entonces cuando Antonio, para desdramatizarlo todo, hizo lo mejor que hubiera podido hacer: se rió y dijo que qué guapa.
  • Fue entonces cuando David, Jorge y yo decidimos de manera perentoria e inmediata (con juicio no sujeto a ninguna posible revisión futura) que la australiana olía mal; mira, huele la almohada y la sábana… a ver, déjame… pos sí tío, pero ésa ¿se lava o no?… bueno, pero en fin, que para un polvote vale igual, ¿no? Hombre, y dos y tres, tú qué te crees, que yo sólo con recién duchaditas? …Sí, ya sé que eso fue lamentable, pero fuimos sinceros, antes que nada…
  • Fue también entonces cuando alguien dijo que Pestañitas no se había alejado de la barra de la cerveza gratis en toda la tarde noche, y cuando alguien más contestó que no era verdad, que sí lo había hecho porque la había visto ir a mear (haciendo como el gesto de sentarse y mear a la femenina manera).
  • Y fue sobre todo y antes que nada entonces cuando Aurora habló por primera vez de su hermana Boreal, la frígida diurna que sólo se pone cachonda a la hora del crepúsculo (o entre lusco y fusco, como dicen los gallegos, que también se ponen cachondos al crepúsculo, además de a todas las demás horas) y luego dijo Muuuuuuuu!!!! Y Antonio, viéndola, hizo jijijijijiiiiiiii y dijo aquello de qué guapa.

Luego pasó lo de la habitación quince, pero eso es otra historia y habrá alguien más que la cuente, digo yo. Yo no puedo, porque no me acuerdo. Estaba en otro sitio, estando allí. Porque tal vez no lo sepáis, pero yo, ese día, tenía el tripas-corazón fumao. Colocao. Ensetao. Tal vez por el pedo que se tiró la australiana que dormía en la cama de abajo, la noche anterior («respira rápido —me gritó entre sueños— que así se acaba antes») o sencillamente porque mi tripas-corazón llevaba tiempo sin ensetarse, o colocarse, o fumar, quién sabe. Pero no fui tan valiente como para preguntarle al médico de turno. Por miedo a que me dijera algo que no me iba a gustar. Es que eso suele pasar, con los médicos. Azí que no m’acuerdo, ezo è. Y lo mehó è que lo cuente arguien diferente, digo yo, ¿ein? Y tambié que le cambien er título ar post éhte, que no se m’ha ocurrío ninguno mehó.

Poz ezo (que no poseso).